Decía una ilustre maestra que no existen fórmulas mágicas para enseñar. Curiosamente, todos los maestros siempre andamos en busca de una panacea que nos permita ser mejores docentes, buscamos consejos en algún libro para mejorar como profesores e incluso iniciamos estudios de especialización, maestría o doctorado buscando respuestas que al final, nunca llegarán.
Contrario a lo que se pensaría, en vez de encontrar la piedra filosofal de la enseñanza, nos encontramos con un sinnúmero de preguntas que nos hacen cuestionar fuertemente nuestros métodos, nuestra práctica profesional e incluso nuestra vocación. Algunos molestos con este hecho renuncian a esa búsqueda de la fórmula mágica y continúan enseñando (si es que esta acción realmente existe) como lo venían haciendo, perjudicando así, a sus estudiantes. Otros pocos, tercos, ciegos y obstinados, continúan buscando eternamente dicha fórmula en los libros, en la experiencia de otros maestros y lo único que encuentran son más y más preguntas cada vez.
Entonces, si no existen fórmulas mágicas y la búsqueda de las mismas sólo nos lleva a cuestionarnos más y más, ¿Qué esperanza le queda a la educación?
Desafortunadamente partimos de un supuesto equivocado que hace al panorama mucho más aterrador de lo que realmente es, pues, amigos míos, si existe una fórmula mágica y se llama "Investigación en el Aula"
¿Pero que quiere decir esto?, es simple, quiere decir que dejemos de pensar que estamos haciendo las cosas bien y que nos dediquemos a indagar un poco más sobre las metodologías pedagógicas en nuestro propio salón. Se debe partir cuestionando ¿para qué estamos educando?: Si soy profesor de colegios de bajo estrato socioeconómico me debo preguntar: ¿realmente le estoy brindando a mis estudiantes alguna oportunidad?; o por el contrario, si enseño en colegios de estrato socioeconómico alto: ¿están ellos aprendiendo a construir una sociedad más unánime o simplemente están aprendiendo a vivir en la indiferencia, a perpetuar esas estructuras de injusticia?; si soy un profesor de Universidad: ¿me importa que mis estudiantes aprendan algo más allá del tema?, ¿debo enseñarles algo de compromiso social, de aspectos éticos o simplemente me debo limitar a los números o a conocimientos puntuales?
Teniendo las metas claras, se podrá empezar a cuestionar si la metodología pedagógica que se está usando es o no la adecuada. ¡Pero no seamos simplistas y reduccionistas y démosle un verdadero sentido a la educación! Si enseñamos matemáticas, no nos limitemos a los números, enseñemos cómo podemos ser justos a través de ellos. Si enseñamos biología, inculquemos también el amor y respeto hacia la vida de todos los seres.
Seguramente quien se cuestiona, se dará cuenta que sus metodologías pedagógicas son precarias y limitan enormemente a la educación, a sus estudiantes. Y entonces ¿qué se puede hacer? Es ahí donde empieza el largo camino de ensayar-reflexionar-modificar. Pero hay que atreverse a probar nuevas metodologías, a reflexionar sobre ellas teniendo una experiencia y a modificarlas según nuestro criterio y la retroalimentación de nuestros estudiantes. Solo atreviéndonos podremos ofrecer una educación verdadera. Entonces, ¿Qué esperamos? reflexionemos constantemente sobre nuestra práctica, modifiquémosla y volvamos a reflexionar, creando así ese espiral interminable llamado: educación verdadera.